KE Magazine Sotogrande

14 AVENTURA Conforme pasan los días, las montañas y bosques al este del lago Baringo y al sur del lago Turkana, nos sumergen en un espectáculo étnico y humano como en pocos lugares de nuestro planeta. La transición del modo de vida urbano a lo que pudieron presenciar los primeros viajeros y exploradores del continente africano, lo podemos observar en Maralar, final de la carretera asfaltada. En sus calles se observan escenas que pudieran parecer anacrónicas. Imágenes de un pasado conviviendo en una actualidad culturalmente diferente. Personajes provistos de cuchillos y lanzas con coloridas indumentarias adornadas con pendientes y collares de mil colores, se entremezclan con señores de chaqueta y corbata o señoras de pamelas y paraguas. Cuando avanzábamos por el lago Baringo descubrimos las primeras aldeas de los Pokot. Desde que la carretera asfaltada ha llegado hasta las orillas del lago, las costumbres tradicionales han comenzado a desaparecer. Pocas son ya las mujeres, sobre todo entre las jóvenes, que portan el collar ornamental que diferencia a las casadas de las solteras, o las faldas elaboradas de fibras que las han caracterizado a lo largo del tiempo. La pista de tierra que nos conduce desde Maralar hacia el norte, asciende hasta los casi 2.500 metros de altitud. Los paisajes de bosques son de gran belleza, propiciado, además, por las lluvias que están cayendo desde hace dos semanas. El recorrido es lento. Difícil superar los 30 kilómetros por hora. Las luces mágicas del atardecer acentúan la belleza y el misterio del bosque encantado en el que nos encontramos. Las ramas de los gigantescos árboles centenarios crean formas casi irreales a través de las cuales aparecen y desaparecen personajes que parecen evitar nuestro encuentro. Niños, mujeres y hombres, encargados de ir conduciendo los diferentes rebaños hacia los rediles en los que pasarán la noche. Estamos en una aldea Samburu, pueblo que comparte con los Masai gran parte de su cultura e incluso de su lengua. As days go by, the mountains and forests to the east of Lake Baringo and to the south of Lake Turkana immerse us in a spectacle of ethnicity and humanity that is hard to witness on our planet. The transition from city life to that which the first travellers and explorers to the African continent witnessed becomes perfectly clear in Maralar, at the end of the paved road. The streets bear witness to scenes that might seem to be from times gone by. Images from the past coexisting with a culturally-different present day. Individuals bearing knives and spears, wearing colourful clothing adorned with multi-coloured earrings and necklaces, mingle with gentlemen in jackets and ties and ladies with sun hats and parasols. Moving on around Lake Baringo we come across the first Pokot villages. Ever since the tarmac road reached the shores of the lake, the traditional customs have started to disappear. These days, few of the women, especially the younger ones, wear the ornamental necklace that distinguishes those that are married from those who are single, or the characteristic fibre skirts that have been worn for so long. The dirt track that leads from Maralar to the north climbs up to an altitude of almost 2,500 metres. The forest landscapes are a joy to the eye, even more so thanks to the rains that have been falling for the last two weeks. It is slow going. It is hard to go any faster than 30 km/h. The magical twilight enhances the beauty and mystery of the enchanted forest we are in. The branches of the huge century-old trees create unlikely shapes through which characters who seem to be avoiding us appear and disappear. Children, men and women in charge of leading the different herds to the folds where they will spend the night. We are in a Samburu village, a people who share a great deal of their language and even their culture with the Masai.

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